Por: Julio Torres
La pregunta inicial cuando ingresé a la masonería fue esa, ¿Cuál es su utilidad? Y es que de inmediato hubo que desembolsar una cantidad que de momento no tenía.
Comenzaron a explicar y narrar ciertos conceptos que me parecieron conocidos, pero no me atreví a desecharlos por respeto a quienes conocí en ese lugar y a quien me invitó.
Pasó un poco de tiempo y mis dudas seguían incrementándose, hasta que un día, no se como sucedió, surge una pequeña luz y las respuestas comenzaron a llegar una tras otra.
Comencé a darme cuenta que en realidad yo tenía una opinión de mi mismo totalmente errónea, yo no era el papá que creía ser, tampoco el hermano súper fraterno.
Lo peor de todo es que tampoco había cumplido como el hijo que mi madre esperaba, y muchas cosas más que en verdad me cayeron como un balde de agua fría.
En ese momento hice un alto en el camino, comencé a evaluar o evaluarme en verdad y puedo asegurar mi querido lector, que el resultado no lo podía digerir.
Pasaron algunos meses en mi lucha conmigo mismo, se incrementó de tal forma que, me tomé un tiempo prudente para reflexionar en el asunto masonería.
No recuerdo cual fue el detonador que logró el milagro, lo primero fue que retomé la costumbre de leer como lo hacía habitualmente, algo que había perdido.
En los trabajos en logia hablaron de una regla fundamental para para aprender a manejar mi tiempo, recuerdo que en esa etapa, nunca podía convivir con la familia “por falta de tiempo”
Era imposible pensar en acudir a una sala cinematográfica para disfrutar de una buena película, y en familia mucho menos, de esa forma es que me entero del desperdicio de mi tiempo.
Recuerdo que utilizaba más de 10 horas en el trabajo, y los fines de semana había que recapitular “los pendientes” que por alguna razón quedaron de la semana que terminaba.
Me perdí los juegos de la fantasía de mis hijos, me perdí la audacia de los primeros pasos, mi obsesión de conseguir mayores ingresos truncaron el placer de vida que está frente a nosotros.
Hoy día me arrepiento de todo lo que me perdí, que sencillo hubiera resultado cumplir con lo que me enseñaron en la masonería, me dijeron: cuida tu regla de 24 pulgadas.
De momento me pareció una tontería ese asunto de la regla de 24 pulgadas, yo no podía aplicarla porque solo en el trabajo utilizaba 10 horas o más, ¿y entonces?
Uno de los maestros, con gran prudencia me explicó, “es que tu no tienes que convertirte en esclavo de tu trabajo, recuerda que te hemos dicho que eres hombre libre y de buenas costumbres”.
Lo único que tienes que hacer es aplicar esa libertad y esas buenas costumbres, así conseguirás ser feliz y hacer feliz a tu familia, esa debe ser tu tarea para los próximos años.
A partir de ese momento aprendí a dividir mi tiempo y creo que las cosas comenzaron a funcionar bastante bien, mejor de lo que esperaba.
Envío este mensaje para quienes piensan que no tienen tiempo, siempre existe una forma de distribuir nuestro tiempo, eso lo aprendí en la masonería.
Ahora disfruto a mis nietos como no pude disfrutar a mis hijos y a ellos, a mis hijos, solo les pido me disculpen, nunca aprendí a ser papá, espero que ellos sean buenos papás.
Alcanzar la virtud y la instrucción no es sencillo, pero vale la pena intentarlo, por el momento solo he descrito a medias uno de los temas iniciales de la masonería, imagine cuantos nos faltan. En la próxima veremos otra aplicación práctica.