De la prudencia a la filantropía la
distancia resulta difícilmente perceptible, es muy parecida a la distancia que
media entre lo sublime y lo ridículo, en ambos casos el riesgo es
impresionante, así también la distancia que media entre una persona sensata y
otra que no lo es, hasta donde una decisión es equitativa o no, donde comienza
la sensatez y donde principia la insensatez, por lo tanto, estamos ante un
asunto más importante de lo que parece, puesto que emitir un juicio bajo estas
circunstancias por sistema nos entregamos al riesgo de perjudicar a alguien sin
apreciar.
Sabemos que la inteligencia con que nos
ha dotado la vida, ayuda a moderar la cualidad de ver las cosas, como si se
tratara de convertirnos en
un “fiel” de la balanza, además nos guía a esgrimir la prudencia como herramienta que nuestros padres utilizaron en la educación familiar, conforme a la necesidad de conducirnos con mayor rectitud, buscando siempre la equidad en cada uno de nuestros puntos de vista, por medio del valor, si, del valor de decir las cosas, pero con la prudencia necesaria en cada caso.
un “fiel” de la balanza, además nos guía a esgrimir la prudencia como herramienta que nuestros padres utilizaron en la educación familiar, conforme a la necesidad de conducirnos con mayor rectitud, buscando siempre la equidad en cada uno de nuestros puntos de vista, por medio del valor, si, del valor de decir las cosas, pero con la prudencia necesaria en cada caso.
El asunto es que la prudencia es una
habilidad sencilla de manejar y no así la filantropía que por sistema nos
entrega al deleite de la satisfacción personal, es por eso que idealizamos la
filantropía porque nos hace sentir superiores o distintos al resto de los
humanos,
inclusive nos hace olvidar que lo “amargo” prevalece sobre lo “dulce” es indudable que todos “estamos listos a recibir lo bueno, lo dulce” pero muy pocas veces resistimos cuando las cosas no salen como pensamos que deben salir y hasta el agua que bebemos lo percibimos como veneno.
inclusive nos hace olvidar que lo “amargo” prevalece sobre lo “dulce” es indudable que todos “estamos listos a recibir lo bueno, lo dulce” pero muy pocas veces resistimos cuando las cosas no salen como pensamos que deben salir y hasta el agua que bebemos lo percibimos como veneno.
Aprendemos muchas palabras que permiten
comunicar una idea, aunque muchas veces cometemos imprudencias triviales, por
el hecho de hablar sin
criterio nuestro idioma, será difícil encontrar las palabras adecuadas, aplicar la gramática apropiadamente no es sencillo si desconocemos sus principios esenciales, motivando con ello una retórica pobre que termina por la distorsión de un mensaje aunque se difunda con la mejor intensión.
criterio nuestro idioma, será difícil encontrar las palabras adecuadas, aplicar la gramática apropiadamente no es sencillo si desconocemos sus principios esenciales, motivando con ello una retórica pobre que termina por la distorsión de un mensaje aunque se difunda con la mejor intensión.
Como seres pensantes, la inteligencia nos
permite relacionar conocimientos que tenemos y de ese modo resolvemos algunas
situaciones, la inteligencia tiene que ver con las emociones, como agitaciones
del ánimo producidas por las ideas, los recuerdos, apetitos, deseos,
sentimientos o pasiones, lo cual no deja de ser un peligro, ya que manejar la
inteligencia de manera trivial, puede convertirse en un contrasentido, capaz de
integrar en el pensamiento, conceptos o situaciones perjudiciales en todos los
sentidos.
La regla no escrita indica que la
rectitud tiene muchas interpretaciones ya que el ser recto en el
comportamiento, no necesariamente se puede calificar de rectitud, más bien la
rectitud se refiere al carácter de todo aquello que es justo, en sentido ético
o moral, puede ser también, el conocimiento práctico de lo que debemos hacer o
decir, esa rectitud se percibe como el arte de pensar, que nos entrega formulas
y maneras de hacer las cosas, dentro de un marco de justicia y equidad, pero
anteponiendo siempre la prudencia.
Es por eso que he querido asociar la
prudencia con la filantropía porque el riesgo de los “cinco minutos de fama”
que esa filantropía nos regala, nada tiene que ver con la posibilidad de “dar”
pues corremos el riesgo de “dar” a quien no lo necesita en verdad, o
convertirse en un acto no equitativo que será criticado sin medida por quienes
envidian una posición económica aceptable que permite dar, dejando a un lado el
sentido de justicia que recomienda dar a cada quien lo que realmente necesita.
De manera que esa distancia que existe
entre la prudencia y la filantropía resulta ser un ejemplo magnífico, nos
permite comprender el regalo que la naturaleza nos entrega al nacer, esto es:
La inteligencia, rectitud, valor, prudencia y filantropía, como un pedestal de
cinco herramientas capaces de resolver cuanto problema nos presente la vida,
sin esperar nada a cambio, pues se trata de facultades naturales que
desarrollamos desde temprana edad bajo la estricta vigilancia de nuestros
padres hasta conseguir la mayoría de edad.
La prudencia que sabe retractarse es una
de las formas del arte de gobernar, practicar la sinceridad sin prudencia puede
destruir en vez de edificar, ofender en vez de animar, separar en vez de unir y
hasta romper lo que debería permanecer siempre unido, pero cuidado, no hay
mejor trampolín que una mala consciencia para saltar a la filantropía.