Por: Julio Torres.
No tengo noticias de si algún lector ha
experimentado la curiosidad de lo que pasaría si en este momento por algún
método desconocido existiera la oportunidad de regresar a los primeros años de
su vida, claro, con las limitantes que una edad de tres años implica, pero con
la experiencia actual sin tocar para nada el nivel académico.
Reconozco que esta idea es un tanto
utópica, pero en este momento trataré de hacer una retrospectiva hasta mis tres
años, tal vez no recuerde a detalle mi caminar por este mundo, pero si están
guardados muchos recuerdos hermosos de ese tiempo que ahora describiré:
En el pueblo que nací hace muchos años,
existía un tranvía que funcionaba con el tiro de dos o cuatro “mulitas” y
experimentaba una gran velocidad que hoy entiendo no debió ser mucha pero
representaba mucha alegría el ver como dicho tranvía se desplazaba alegremente
en las vías a lo largo de tres kilómetros entre mi pueblo y el pueblo vecino,
ambos maravillosos.
Como mi mamá quedó viuda cuando yo nací,
entiendo que me fue entregado un gran paquete de ternura que quizás “robé” a
mis hermanos, pero a esa edad no era capaz de comprender el privilegio de ser
el más chico de la familia y por ende, el que acaparaba miradas.
Dentro de esa corta edad se me ocurrió
reproducir el tranvía pero de manera tridimensional y pedí a mamá consiguiera
una hoja de cartón que recortándola de manera inteligente se podrían pegar las
partes con pegamento casero hecho de harina hasta lograr la reproducción a
escala de ese maravilloso tranvía, donde además el proyecto exigió la escultura
de las “mulas” que debían mover el transporte.
Recuerdo que en mi mente estaba grabado
con lujo de detalles cada rincón del tranvía, con los asientos, estribos y
mecanismos de mando, cada vez que pedía a mamá hacer el viaje era porque
necesitaba revisar cada detalle y que se grabara indeleblemente en mi memoria.
Después de muchos viajes, logré hacer un
mapa imaginario de lo que había de trazar en cada una de las partes, recuerdo
que no hubo grandes problemas, el conflicto se produjo al tratar de trazar las
figuras de las mulas de arrastre y estuve a punto de abandonar el proyecto
pero, mi mamá con habilidad sacada de no se donde, logró que mi idea se
realizara satisfactoriamente.
Cuando le dimos movimiento a ese tranvía
creo que también mi mamá brincó gustosa de ver el proyecto terminado y ambos
nos felicitamos por el resultado obtenido, no recuerdo si mis hermanos nos
felicitaron, esos protocolos no estaban en mi archivo personal, pero no
importaba, mamá y yo habíamos hecho realidad algo que nació en mi imaginación.
Ahora comprendo que mamá simplemente
creyó en mi libertad de imaginar, tal vez la sorprendí al imaginar proyecto tan
ambicioso a mis tres años, lo verdaderamente importante es que creyó en mi;
pudiera ser que esa experiencia me haya marcado desde niño con la obligación de
creer en todo lo que la imaginación me dicta, a lo largo de mi vida simplemente
he imaginado y después lo realizo.
Comprendo ahora que lo sucedido no es
otra cosa que la libertad infantil que a diario practica la libertad de
imaginar y cuantas veces no nos detenemos a pensar que nuestros hijo imaginan
siempre, que a cada momento están creando cosas y cuantas veces también
despreciamos esas señales con la justificación de que estamos muy ocupados.
Amigo lector o amiga lectora, traten de
escuchar a sus hijos, en verdad, todo el tiempo están imaginando, todo el
tiempo están creando soluciones, inclusive creaciones que los adultos
desechamos por el simple hecho de que a nosotros no se nos ha ocurrido, o como
declaro arriba: Porque “estamos muy ocupados” observemos mejor la libertad
infantil, la libertad de crear y si es posible, regresemos a los tres años de
edad, volviendo a ser libres, la libertad es creatividad, la libertad soluciona
todos los problemas, sin libertad nos convertimos en esclavos.
Tratemos de comprender lo que es ser
libre, desde la primera edad.