Por: Julio Torres
Los más sabios, los más entusiastas y los más astutos son los verdaderos fundadores de las distintas creencias y cultos religiosos, y los sabios que al adelantarse a su tiempo, tomaron por fórmula el principio religioso.
Los sabios además de adelantarse a su tiempo y establecer el principio religioso, proclamaron las verdades científicas y morales, ilustraron a los estudiosos, consolaron a los afligidos y convencieron al vulgo de la torpeza de adorar a seres materiales.
Los entusiastas, exaltados por la concentración de su pensamiento en una idea, la personificaron y la convirtieron en realidad por su imaginación arrebatada, se creyeron en contacto íntimo con su Dios, llegando en su locura a persuadirse de que estaban inspirados por él.
Dictaron en su nombre los principios que guiaban sus conciencias más o menos ilustradas o pervertidas.
Las masas, siempre deseosas de novedades, tratan de convencer con el prodigio que se les presenta en perspectiva, no tardaron en sufrir contaminación de su delirio y movidas como un solo hombre, asombraron al mundo.
El heroísmo de sus virtudes o la atrocidad de sus crímenes, según la bondad o crueldad natural de sus maestros o la pasión que las dominaba.
Los astutos formaban una inmensa turba de especuladores que se engrandecen a costa de la debilidad humana, ultrajando todos los principios del honor y la justicia.
Los astutos que dotados de esa perspicacia y talento dedicaron de buena fe su juventud al estudio y su actividad a su desarrollo, y al ver los beneficios que podían sacar sintieron la ambición despertarse en sus corazones.
No se armaron para el crimen, pero el crimen se les presentó en el camino y los encontró armados.
Estos son los más terribles enemigos de la educación que corrompen, y del progreso que detienen, declarando la guerra al que descubre sus arterías y revela sus vicios.
Son los que hacen beber la cicuta al sabio virtuoso al que llaman impío, sepultan el puñal de sus fanáticos discípulos, en el corazón de las personas generosas que se sacrificaron por la verdadera forma de civilizar al pueblo.
Mientras abren sus brazos fraternales a la ignorancia que los enriquece, a la hipocresía que los sostiene y a la ambición que les proporciona nuevos auxiliares.
El acaso y el destino son conceptos que no creemos, para nosotros son cosas que no convencemos de su existencia al que duda, probamos que negarle es vanidad, orgullo o ignorancia.