Por: Julio Torres.
Desde que nacemos,
pareciera que se nos conduce con lineamientos perfectamente establecidos y que
en el mejor de los casos se hace con el propósito de conservar las buenas
costumbres o simplemente por tradición y no permite objetar de ninguna manera,
porque así lo establecieron los ancestros.
Lo anterior me hace
recordar un antiguo cuento sobre un animalito: Un oso recorría constantemente,
arriba y abajo unos 6 metros, los que medía la jaula en la que se encontraba,
tal vez sin sentirlo y sin darse cuenta hacia dicho recorrido. Después de cinco
años quitaron la jaula y el oso seguía recorriendo la misma distancia y con la
misma rutina y es que para él, la jaula seguía estando en el lugar.
Muy bien podríamos
afirmar que el oso adquirió el vicio de su recorrido simplemente por costumbre
o por cualquier otra justificación, todas ellas válidas, sin embargo, pudiera
tratarse del hábito de contentar sus deseos y así obtener satisfacción.
Muchas veces las
cosas más simples que hacemos cotidianamente, que creemos que estamos
cumpliendo con lo que la vida nos pide para sentirnos bien, ya sea el estudiar
o leer simplemente, hasta nos atrevemos a presumir que tenemos “el vicio de
leer” como si con ello salváramos a la humanidad o simplemente a nosotros
mismos.
El hecho de
calificar una buena intensión como vicio ya nos coloca en un predicamento: ¿Es
bueno lo que estoy haciendo o me encuentro en un vicio? Lo más sencillo es
buscar un culpable que permita eludir cualquier responsabilidad y con ello
justificar nuestras actitudes.
Sin siquiera darnos
cuenta que a cada momento cruzamos de un lado a otro, entre lo bueno y lo malo
como si en el piso estuviera dibujado una especie de tablero de ajedrez, donde
unos cuadros blancos o claros siempre están colocados al lado de otros del mismo
tamaño solo que de color oscuro o negros y como autómatas pasamos de uno a otro
sin darnos cuenta.
Cierto es que el ser
humano está por encima de esos cuadros, ya que su inteligencia superior a todas
las especies vivas hace que transite de un lado a otro sin que aparentemente le
perjudique, pero cuando los estudios nos permiten distinguir entre los antagónicos,
es decir, entre lo bueno y lo malo pues los cuadros blancos bien pueden
simbolizar lo bueno y los negros lo malo, es entonces que estamos en posición
de comprender cuando estamos actuando bien y cuando mal.
En este sentido se
comprende fácilmente que si permanecemos mucho tiempo en un cuadro negro,
pudiera ser que estamos ante un vicio y ni siquiera nos damos cuenta, vale la
pena entonces recordar un principio fundamental. Los muros que nos aprisionan
son mentales, no son reales.
Nuestros enemigos no
son los que nos odian, sino a aquellos a quienes nosotros odiamos. Sirva de
ejemplo el siguiente relato: Un ex convicto de un campo de concentración nazi
fue a visitar a un amigo que había compartido con él tan penosa experiencia. ¿Has
olvidado ya a los nazis? Le preguntó su amigo. Sí, dijo este…Pues yo no, aún
sigo odiándolos con toda mi alma…Su amigo le dijo apaciblemente: Entonces, aún
siguen teniéndote prisionero.
Los defectos que
vemos en los demás suelen ser nuestros propios defectos. Los vicios que vemos
en los demás, pudieran ser los nuestros, aunque se presenten con distinto
apellido, controlar los vicio se convierte entonces en el primer paso hacia la
superación personal, y es bueno recordar que no existen vicios de segunda mano,
cada uno de nosotros le damos personalidad a cada vicio, como una marca de
fábrica.