En efecto, la ignorancia suele ser una
cárcel de la cual no se tiene conciencia, es una cárcel que ha mantenido
privados de su libertad a nuestros padres siempre, y ellos, no se dieron cuenta
pues, los barrotes utilizados son tan sutiles que no se ven.
Lo que contaré ahora no quiero que se
tome como un reclamo, ni tampoco me arrepiento de lo vivido, más bien es una
tremenda reflexión de lo que ha sido mi vida que por lo demás le aseguro que la
considero maravillosa, con todas las carencias que sufrí.
Desde muy pequeño solía caminar solo por
las preciosas calles de mi pueblo natal y me fascinaba llegar a una especie de
escaparate donde se exhibía un ferrocarril eléctrico de juguete que daba
vueltas interminables en una pequeña vía.
La imaginación volaba a pasos agigantados
y soñaba primero en viajar en un ferrocarril de verdad, que me mostrara lugares
que debían ser maravillosos, estaba seguro que no solo mi pueblo era
maravilloso, que debía haber lugares más hermosos.
En realidad mi familia era numerosa, y
con la perdida de mi padre percibía que se trataba de una familia con una vida
muy difícil, la escalera estaba muy difícil, eran siete bocas que alimentar, la
carga que mi mamá soportaba debió ser espantosa.
De manera que mis escapadas a disfrutar
de aquel ferrocarril dando vueltas y vueltas me permitía soñar y me sentía
libre, como el viento, o como los pájaros que por las tardes nos aturdían con
su canto en el jardín del pueblo, como lo hacen ahora los que escucho en este
lugar.
Tengo entendido que mi padre se conducía
con ideas y conocimientos de libertad, y mi madre era totalmente religiosa, lo
mismo que mi hermana mayor, que finalmente creó una congregación de monjas
franciscanas en la ciudad de México.
La ausencia de mi padre creo que inclinó
a la familia a la devoción religiosa católica que prevalecía en ese tiempo, y
debo reconocer que sutilmente mi madre y mi hermana nos incluyeron en sus
proyectos.
Desde pequeño ingresé a la iglesia como
ayudante en la misa, acólito como se nos reconocía entonces, vestido de rojo y
blanco, así era la costumbre en todo el mundo.
Sin embargo, el sacerdote que me
consideraba su consentido, resistió los cuestionamientos temerarios que le
hacía por mi ignorancia, la cual me obligaba a preguntar infinidad de asuntos
en los que no estaba de acuerdo, tal vez por no entenderlos como la liturgia lo
exige.
Las respuestas del sacerdote eran muy
buenas, pero todas me parecían como algo que me aprisionaba pues, no permitían
cuestionar o disentir o emitir una opinión al respecto, pero mi rebeldía se
hacía presente en todo momento, mi pecado era la incomprensión.
Así transcurrieron los años y a la fecha
solo puedo afirmar que estuve encerrado por muchos años en una cárcel cuyos
barrotes no podía derribar, hoy me encuentro consciente de esa situación y solo
me atrevo a sugerir lo siguiente:
Trate usted de ver primero esos barrotes,
luego, derríbelos con toda la fuerza de sus convicciones, recuerde que nada ni
nadie tiene derecho de encarcelarle sin un juicio previo, el desconocimiento de
la realidad no debe ser castigado, todos tenemos derecho a la autodefensa.
Pienso que el día que me toque estar
frente a mis jueces que van a calificar mi viaje por esta vida, deberán
permitir la exposición de los hechos como los percibo ahora, y defender mi
postura que aunque estuve preso en la cárcel de la ignorancia, siempre me
pareció injusta.