Como si se tratara de una paradoja,
también con luz puede existir una tremenda oscuridad y lo curioso es que la
mayor parte de las veces ni siquiera nos damos cuenta que vivimos en la
oscuridad a plena luz del día.
La oscuridad es comparable con la
ignorancia manifiesta, cuando se está sumergido en la ignorancia, y se obedece
de manera automática al impulso que le da la mano que le dirige.
Dicho de otra manera, el día puede estar
más maravilloso que nunca, sin embargo, percibimos algo que impide disfrutar en
su máxima expresión la maravilla de día, que la naturaleza nos entrega, y todo,
porque alguien nos ha vendido la idea de que debemos sufrir.
Y no solo es esa oscuridad de la que
hablo, casi puedo afirmar que inconscientemente pareciera que una cuerda impide
el movimiento de nuestros brazos o quizá solo uno de ellos.
Eso es lo que sucede cuando permitimos
que las preocupaciones ocupen un lugar de privilegio porque desde niños así es
como fuimos educados, nos hacen creer que la vida es así.
Que hemos nacido con la obligación de
vivir a merced de los ambiciosos, que han sabido con su talento y malicia
dominar a nuestros progenitores, con el fin de corromper la mejor buena fe y
nuestra conciencia.
Esa conciencia que en su momento vamos a
tratar de entender de lo qué se trata, muchas veces la hemos escuchamos y en
realidad nada sabemos de ella, ni siquiera su utilidad.
Sé que la masonería tiene estructurado
todo un grado en el que el objetivo es tratar de comprender qué es eso que
llamamos conciencia, pero por el momento vale la pena comprender que es lo que
ayuda a ejercer el libre albedrío.
Todos en la niñez, estamos expuestos como
cera o cualquier material altamente maleable, a la buena o mala educación que
debemos a las generaciones de mentores.
Si después de escuchar a esos mentores,
no aprendemos a utilizar libremente nuestra razón, sin duda nos precipitaremos
para siempre en el error, del cual difícilmente lograremos salir.
Lo descrito es una semejanza, de la
materia que recibe la forma que se le antoja a un artista, que no va a permitir
que alguien o algo traten de cambiar lo que en su imaginación se ha incubado.
El derecho de pensar, de creer o no
creer, es propiedad nuestra y de ninguna manera debemos entregarla al astuto
que no permitirá aplicar la libertad a la que tenemos derecho.
Quien no piensa o no examina, o que jura
en las palabras de otro y no investiga si lo que se le enseña o se le ha
enseñado es cierto, de ninguna manera se puede etiquetar como hombre, más bien
se identificará como una máquina.
Una regla de oro es dudar siempre, si,
dudar de lo que no se comprende, solo así se puede dar el primer paso hasta
alcanzar la verdad, que es lo que nos hará libres verdaderamente.