Por: Julio Torres
Alguien me cuestionó que cual es en realidad el objetivo de la masonería, pues me dice que escucha muchas cosas pero que en verdad no entiende el objetivo fundamental.
Desde luego que el espacio es pequeño para dar a ustedes una explicación amplia, pero, vamos a tratar por medio de comparaciones hacer una explicación.
Se me ocurre pensar en mi nieto que ahora cuenta con tres años de edad y que a cada momento me compromete con tantas preguntas y muchas veces no encuentro respuesta.
Trato de encontrar siempre alguna respuesta que pudiera ser aceptada por el niño a esa corta edad, que en realidad no estoy seguro si me comprende o no.
Recuerdo cuando comencé los estudios en la masonería, a mis maestros cercanos los molestaba mucho con cada pregunta que surgía, por que no encontraba respuesta aceptable.
De tal suerte que esos maravillosos maestros me sorprendían a cada momento, intentaban despejar mis dudas con una buena dosis de tolerancia y prudencia.
Dos o tres de ellos con algunos años más que yo, infundían un gran respeto y entonces disfrutaba de cada respuesta así, como supongo lo hace mi nieto en este momento.
En un relato que llegó a mis manos sobre la vida de Albert Einstein, dicen que en una conferencia afirmó que él había llegado a la madurez intelectual.
Claro que de inmediato no faltó quien tratara de colocarlo en situación comprometida y le preguntó, a que se refería con el concepto de haber llegado a la madurez intelectual.
Con un silencio inicial que quizás pudo ser eterno, mostró un gran aplomo y contestó: “La madurez intelectual es cuando ya hemos olvidado lo que aprendimos en la enseñanza primaria”.
Esa respuesta me condujo a comparar el principio de mi carrera en la masonería, cuando trataba de aprender a velocidad vertiginosa todo lo que en logia se trataba.
Esa misma velocidad es la que imprime el nieto cuando quiere que le conteste una pregunta y a la velocidad que él desea, de manera que decidí hacer esta comparación para tratar de entender, no la pedagogía, sino la emoción de aprender que no tiene edad.
Creo que con tres años o treinta o más, la emoción de aprender algo nuevo siempre ofrece la misma emoción, Alguien lo define de esta manera: “Cada vez que aprendo algo, es el inicio de algo, como si volviera a nacer.
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