Por: Julio Torres
Es común que
tengamos la costumbre de ahorrar para el futuro, en términos generales nos
preocupa nuestra vejez y para ello tratamos de ahorrar para comprar una casa,
muebles, carro y todas las cosas que la vida moderna nos exige.
También
acostumbramos vivir en departamentos que no permiten otra vista que no sea las
ventanas que cubrimos con todo tipo de cortinas de tal manera que no se tiene
vista alguna, y así nos acostumbramos a no mirar lo que existe afuera.
Lo peor es que ni
siquiera nos atrevemos a ver el exterior que inclusive nos causa miedo, muchas
veces infundados, pues constantemente nos dicen que es peligroso, de tal suerte
que ni las cortinas abrimos y poco a poco encendemos las luces más temprano y
nos acostumbramos a la luz artificial en lugar de disfrutar la luz natural que
la vida nos ofrece.
Olvidamos el sol,
olvidamos el aire, olvidamos la amplitud, olvidamos la naturaleza. Nos
acostumbramos a despertar sobresaltados porque se nos hizo tarde, tomamos un
café corriendo porque estamos atrasados, se hace tarde para todo hasta para las
cosas simples como el mirar el cielo o un atardecer o hasta la lluvia.
Leemos el diario en
el autobús porque no podemos perder tiempo y el desayuno es un sándwich porque
no da tiempo de almorzar; Al salir del trabajo ya de noche; a dormir en el
autobús porque estamos cansados; a cenar rápido y luego a dormir sin haber
vivido el día.
Nos acostumbramos a
pensar que las personas cercanas a nosotros estarán siempre ahí y a creer que
están bien, sin preocuparnos por averiguarlo; a esperar el día entero y
finalmente oír en el teléfono: “Es que hoy no puedo ir” A ver cuando nos vemos.
Tal vez la semana que viene nos reuniremos.
Sonreímos con las
personas sin recibir una sonrisa de vuelta, somos ignorados cuando necesitamos
ser vistos, con cualquier motivo, en esos momentos nos damos cuenta que en
realidad estamos solos en compañía de tanta gente, es como una soledad
acompañada, una soledad que resulta más cruel que la soledad en si misma.
Si vamos al cine y
esta casi completo el número de asientos, nos acostumbramos y nos conformamos
con sentarnos en la primera fila aunque tengamos que torcer un poco el cuello.
Si el trabajo esta complicado nos consolamos pensando en el fin de semana; y si
al fin de semana no hay mucho que hacer o andamos cortos de dinero, nos vamos a
dormir temprano y listo, porque siempre tenemos sueño atrasado.
Que tristeza que nos
acostumbramos a ahorrar vida, como si eso fuera posible, las actividades
diarias nos quitan el verdadero placer de vivir sin pensar que la vida también
se derrocha y que por acostumbrarnos a tantas cosas, nos perdemos el placer de
vivir.
La muerte está tan
segura de su victoria, que nos da toda una vida de ventaja. El tiempo no se
puede atrapar, mucho menos almacenar; nuestra existencia transcurre a gran
velocidad, pero mientras tengamos vida, tenemos oportunidad de cambiar nuestros
hábitos y buscar una mejor calidad de existencia, de aprovechar y disfrutar
cada respiro, cada latido de nuestro corazón, cada instante de vida.
No transformemos
nuestra vida en una rutina inútil que nos haga infelices. Dios pone a nuestra
disposición todos los elementos para ser felices, satisfechos y agradecidos por
ese gran don que es la vida que con tanto amor nos ha sido otorgado.
La vida no hay que
ahorrarla, hay que vivirla plenamente, porque sin saberlo, la naturaleza ordena
las circunstancias que pueden cambiar el giro de nuestra vida, por lo tanto, un
buen propósito sería gritar con toda la fuerza de nuestra naturaleza: Viva la
vida.
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