Por: Julio Torres
Hemos escrito antes que la humildad se puede entender como virtud, cuando vemos con respeto la opinión de otra persona y nuestra propia desconfianza en caso de duda.
La humildad se consideraba el esfuerzo más puro e indispensable al país, que proclamaba la igualdad de los deberes y derechos.
Nacemos con el sentimiento de gozar y elevarnos a la altura de los poderosos, porque muchas veces estamos sedientos de riqueza y gloria, embriagados por nuestra juventud.
Al ver nuestro entorno sin esperanza, nos sublevamos contra la asociación humana, y como nuestros padres no nos enseñaron a sacar el mejor partido de nuestra condición, parecen, palabras que el viento se encarga de diseminarlas.
La humildad se sublima con la honradez, el estudio y el trabajo, el odio a la superioridad que existe se une al odio a la igualdad que nos nivela, y los principios de libertad y fraternidad se convierten en sombras de fantasmas desconocidos.
Es entonces cuando la justicia se transforma en el abuso de la fuerza, la moral un negocio de comercio, y extraviada la conciencia, es legitimo todo medio de lograr riqueza tiránica.
Cuando los humildes y temerosos de la ley, son los más valientes contra sus enemigos, y sufren mil privaciones antes de verse vituperados, la humildad los hace verdaderamente libres y realmente grandes.
Si se comprende por humildad, el conato que ahoga el corazón, y las aspiraciones a que nos estimula el sentimiento de nuestra dignidad, y someternos a la obediencia pasiva, postrándonos a los pies del déspota.
Lo cual obliga a esperar misericordia en este mundo, o en el otro a fuerza de bajezas, eso no es una virtud, sino la destrucción de todas las virtudes de la dignidad del hombre.
Pero entonces que pasa con la modestia, pues, son los astutos los que confunden los sentimientos más sublimes del ánimo para fomentar el enviciamiento, a que han reducido al ser humano.
La modestia es hija del aprecio de nuestra debilidad y de lo falible de nuestros juicios, el modesto dice que si tuviéramos la misión de ocupar el primer puesto, no habría más que un hombre en la tierra.
El segundo puesto, se somete en todo a la razón y medita lo que hace, consulta a su conciencia si le acusan, y en lugar de culpar de mala fe al que ataca su honra, inquiere la causa del error de que es victima.
La debilidad del carácter y la cobardía o la bajeza, que religiones fundadas en el temor, divinizan con el nombre de humildad, hacen esclavos y Dios no goza con el canto de los viles.
El hombre digno y modesto, sabe dominar sus pasiones, y cede a la voluntad de otros, siempre que no manche su honra ni la de sus hermanos, ese, y solo ese, es el que merece llamarse Humilde.
Ahora nos falta hablar de la veneración, pero eso lo entregaré en el próximo reporte.
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