Por: Julio Torres
El orgullo, es una de las pasiones que mucho daño provoca en los seres humanos, y a ésta, solo se opone la igualdad y la justicia que se revelan contra la ambición.
Emplear la inteligencia y su actividad, en apoderarse del mando y gobernar a su libre albedrío, por la convicción de la superioridad de sus conocimientos o virtudes, menosprecia a todos.
Faltando a la obligación que le impuso el eterno, al concederle talento privilegiado, para comunicar lo que sabe a los que ignoran, o a los que no poseen talento, se llama orgullo.
La diferencia entre orgullo y vanidad, es que la vanidad es hija del deseo de aprobación, nos excita a ser agradables a los demás, sentimiento que elevado a pasión, nos hace infelices si no obtenemos el aplauso general.
Pero también, al no obtener ese aplauso general, origina la envidia con todas sus ridículas y monstruosas consecuencias, mientras que el orgullo nace de la estimación de sí mismo.
El afecto que engendra héroes, pero que, extraviado por la ignorancia o la lisonja, constituye el orgullo, rompe los vínculos sociales y produce anarquía, pues donde todos quieren mandar no hay gobierno posible.
Entonces resulta que ahora se presenta otra duda, ¿Cómo distinguir al orgulloso del egoísta? Es posible que el orgulloso deba morir antes que envilecerse, o degradarse a los ojos de su propia dignidad.
En tanto que el egoísta, todo lo posterga a la satisfacción de sus instintos, y se ama a sí mismo, no se estima, por eso lisonjea o adula a aquel de quien espera un bien, desaíra al que no teme, y jamás hace un servicio sin calcular el modo de cobrarlo multiplicado.
Por lo anterior se deduce, que la pasión antagónica de la vanidad y la envidia, sigue siendo el orgullo, que pareciera ser el padre del egoísmo, pero no es así.
El egoísmo viene de la propia conservación, que conocemos como amor a la vida, y es la pasión mas personal e incorregible, porque la fecunda la inteligencia.
Como lo primero que conocemos es el yo que nos individualiza, y todo viene directa o indirectamente a fundirse en nuestra persona, si aquel instinto no se modifica, por la energía de los sentimientos sociales o buena educación.
El monstruo que produce adquiere el nombre de, egoísta, sacrificará al universo por lograr un placer o le dejará destruir por evitarse una pena.
El egoísta desconoce los afectos de la familia y la amistad, aunque los finge por conveniencia si es previsor, y se diferencia del ambicioso, que todo lo que quiere para sí y los suyos.
Aparece entonces la humildad, que es virtud, si se entiende por ella, el respeto a la opinión de otro y la desconfianza propia en casos de duda.
La obediencia a la ley que la mayoría establece, y el empeño en cumplir los deberes, que cada uno tiene en el gran taller de la asociación humana, para que los nos consientan el uso de nuestros derechos.
Es por eso que novecientos años antes de nuestra era, Licurgo le hizo levantar un templo, consideraba el esfuerzo más puro e indispensable, al país que proclamaba la igualdad de los deberes y derechos.
Porque nacemos con el sentimiento de gozar, y de elevarnos a la altura en que se hallan los mas poderosos. En el próximo reporte ampliaremos este asunto de la humildad por lo relevante del concepto, le espero.
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