Por: Julio Torres.
La fuerza de las ideas es tal vez la fuerza de muestra personalidad que nos obliga a buscar por todos los medios a nuestro alcance la manera de hacer nuestra vida lo más placentera posible.
Conocemos infinidad de fenómenos que hoy en día los vemos con tanta naturalidad que no imaginamos la forma en que fueron descubiertos y colocados a nuestro servicio.
El calor, la luz, el magnetismo, fuerzas materiales que no son sino modificaciones a distintas apariencias de algo que existe en el universo que interpretamos como un fluido.
Ese fluido origina los fenómenos descritos y los de la vida que entendemos gracias a nuestra inteligencia, o dicho de otra manera, esos fenómenos resultan medios subyugados y utilizados por la inteligencia como sus más dóciles instrumentos.
De lo anterior resulta que si todo es material, cuerpo o fuerza, obedece a mi inteligencia de un modo directo o indirecto y en límites que cada día va traspasando.
Desde luego que es desvarío tenerla como hermana o como análoga a la materia y debe ser distinta, es lo que se llama fuerza inmaterial.
Es claro que si las fuerzas brutas: calor, luz, magnetismo y el resto, nunca se destruyen aunque desaparezcan los cuerpos que las representaban y en donde veíamos sus efectos.
¿Cómo podemos decir que la inteligencia como fuerza que las domina a todas, puede morir con el cuerpo en que se notaban sus fenómenos? Ella es inmaterial porque no viene de la materia.
Es más, los actos de la conciencia que instintivamente nos hacen distinguir lo bueno de lo malo y lo justo de lo injusto, apreciamos la razón, elevan el alma a su divina esencia, a su creador, y nos convence de que ella es un destello suyo, que ha venido del creador.
En el creador es en el que ha de refugiarse nuestra alma, por que, la inteligencia y el instinto superior de la conciencia, se reúnen para demostrar que el alma existe y que a ella se debe el pensamiento.
¿Cómo comprender un alma que no piense y que pueda terminar con su cuerpo o recobrar su libertad perdida? Es lo mismo que comprender una atracción que no atraiga, una sensibilidad que no sienta, una fuerza sin origen o punto de partida.
Si las fuerzas materiales, al destruirse los cuerpos vuelven al seno de la naturaleza de donde salieron, el alma y el poder intelectual del hombre, torna al seno del creador, la inteligencia infinita.
Si el alma ha sido dada al hombre y no puede haber una mejor que otra por ser todas emanaciones divinas, ¿Cómo no honrar y respetar a nuestros semejantes? ¿Cómo no servir y comunicar nuestra instrucción? ¿Cómo no odiar al que embrutece para dominar?
¿Cómo no defender fortificar y embellecer nuestra persona, que es el templo en que habita la emanación divina que nos hace superiores a todos los seres creados?
Solo con la fuerza de las ideas, podemos tratar de entender lo que aquí queda asentado, la inmortalidad del alma.
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