Por: Julio Torres
La institución masónica desde la más remota antigüedad, previene que deben celebrarse dos grandes fiestas, la primera el día 24 de junio y la segunda el 27 de diciembre de cada año.
En ambos casos se debe celebrar con un banquete, el objetivo es reunir a todos los miembros cercanos mediante el ritual acostumbrado, desde luego que solo quienes se identifiquen como masones podrán asistir.
El local destinado para los banquetes, se ajustará a las normas establecidas desde hace milenios, donde cada masón debe colocarse de acuerdo a su grado y jerarquía.
Todos los pueblos en la antigüedad, celebraron sus banquetes místicos y religiosos, los egipcios y griegos le llamaron “banquetes sagrados” y los romanos invitaban a sus dioses cuyas estatuas rodeaban la mesa del festín.
Los judíos se reunían en comidas religiosas prescritas por Moisés, la masonería, fiel admiradora de los misterios de la naturaleza, celebra todos los años, los dos solsticios.
Durante los solsticios, aparentemente el sol se detiene como si quisiera indicar a los hombres de todos los países y todas las religiones, que deben suspender el curso habitual de sus trabajos.
El objetivo es entregarse a un acto de gratitud hacia el autor de todas las cosas, y resulta hermoso el día en que millones de hombres unidos por un mismo lazo fraternal, piden el triunfo de la paz, la justicia, y la verdad.
Los banquetes masónicos son esencialmente místicos por sus formas, y filosóficos por sus principios, la sabiduría antigua no habría hecho obligatoria una reunión que solo tuviera un fin frívolo.
Los equinoccios y solsticios han recibido el nombre de puerta de los cielos y las estaciones, de ahí vienen los dos santos Juanes, cuyas festividades celebran los masones en los dos solsticios.
La palabra Juan viene de “janua” que significa puerta, la vía láctea que según ese sistema, pasaba por la puerta de los solsticios, parecía servir de ruta para la navegación.
En los banquetes de los trabajos masónicos se brinda siete veces, por el número de los planetas a quienes ofrecían los pueblos antiguos, siete libaciones que hoy en día se han sustituido por siete brindis.
La masonería, tan fecunda en sublimes y felices alegorías ha tenido que agregarse a la que le ofrecía de modo tan fácil uno de los más grandes fenómenos de la naturaleza, “el triunfo completo de la luz sobre las tinieblas”
Al festejar esta dichosa conmemoración celebramos alegóricamente los progresos realizados por la luz, por La cultura y los beneficios otorgados por la masonería.
Pues, la masonería es la antorcha que ilumina sin cesar, sin incendiar nunca, solo disipa todos los días las tinieblas de la ignorancia del fanatismo y la superstición.
En estas grandes reuniones semestrales, en que el espíritu se exalta, en que el placer se depura, en que el contacto de la vida engrandece y duplica a la existencia, un sentimiento de satisfacción viene a sumarse a los goces de la fiesta:
El que cada logia ve, reunidos en la mesa a los nuevos adeptos elevados a los grados y dignidades que han merecido por sus virtudes y por su talento.
Esperamos que estas muestras sirvan de estimulo a los nuevos aprendices, para que perseverando en el mismo camino, tengan derecho a idénticos favores.
Que el saber y la utilidad de la masonería se entiendan casi sin darse cuenta, para bien de nuestro entorno y la humanidad en general.
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