Por: Julio Torres
Se dice que no existe compatibilidad entre el poder religioso y la libertad y parece que hay cierta verdad, pero dejemos la tolerancia para los países despóticos.
Creo que Moisés pecó al no atreverse a decir la verdad al pueblo israelita y en querer civilizarle con la obediencia pasiva.
Aunque oriundo de los esclavos de Egipto, estuvo relacionado con la casta sacerdotal, legisladora y guerrera e iniciado en todos los misterios quiso liberar a sus hermanos.
Lo consiguió siendo ya mayor, buscando con ellos una tierra donde escapar del influjo de sus inteligentes dominadores y fundar su pueblo.
Su gente, nacida bajo el férreo yugo de sus tiranos, explotada sin piedad por los faraones y desmoralizada por la grosera idolatría en la que fueron educados.
Se cuenta que Moisés, inspirado por el trato continuo con el omnipotente, prohibió el culto de las imágenes y formuló el rito uniendo la religión a la política.
Tomó de sus maestros sus autoridades sacerdotales, utensilios sagrados, ceremonias de adoración y el Dios único que nada ligaba a la naturaleza; y le dicto un código inviolable para orientar a los patriarcas que le sucedieran.
Él y sus herederos se convirtieron en tiranos, porque la insolencia del poder que se disfruta, finalmente lo convierte en soberbio.
Convencido de que se sufre con más facilidad la dominación absoluta, por temor a la cólera celeste y al castigo eterno contra el cual se rebela el instinto.
Loas escogidos de la tribu de Leví se encargaron de asombrar la imaginación y desorientar la inteligencia para dominar sin rivales.
Se les llamó “primogénitos del pueblo de Dios” y dejaron de contarse entre los israelitas para las cargas generales, dedicándose únicamente al servicio del tabernáculo.
Su misión: predicar y aconsejar al pueblo, llevar sobre sus hombros el Arca durante el peregrinar y defenderla de los profanos.
Conservadores y propagadores de la ley de Moisés, morían abrasados por el fuego de Dios si se atrevían a alterar dicha ley.
La unión de los poderes religiosos y políticos para dictar leyes a la conciencia y a los menores actos de las personas, anula el alma y esclaviza el cuerpo, lo que constituye la barbarie.
Se ha confundido la religión, que solo es la fe en el credo que promulga el interesado en sostenerle con la moral, la virtud y el honor, que no necesitan la fe, para persuadir de que atacar a la tiranía es atacar a Dios.
Dudar de lo que el rey sacerdote prescribe es ser un perverso, capaz de todos los delitos, pero pobre del país que confunde la educación con la religión, el progreso con lo absoluto.
Buscar la libertad es un derecho, pero buscar el poder religioso es otra cosa, han pasado los siglos de superstición y de ignorancia, la habilidad y el talento de los masones para propagar la verdad es el gran objetivo para manejar esa incompatibilidad.
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