El
candor entendido como sinceridad, pureza y confianza ante los demás, son las
características fundamentales que debe poseer todo ser humano que pretende
encontrar su verdadera personalidad.
Uno de
los métodos más eficaces para descubrir nuestra personalidad sin temor a
equivocarnos es el que sugiere la masonería, es como si se nos pidiera regresar
a los años primeros de la vida para mostrar ese candor de que se habla.
Ese
candor significa también que se debe manifestar ingenuo y sin malicia, como
ingredientes justos y perfectos para iniciar el estudio de la humanidad y de
nosotros mismos.
Agregando
la belleza que es la manera con la que describimos la cualidad de las cosas
cuya manifestación produce un deleite espiritual o un determinado goce
estético.
La
belleza actúa como un fiel de balanza entre el candor y la fuerza, por un lado
el candor que se encarga de mostrar lo bello de la vida y de las cosas con
desinterés cándido.
Por el
lado contrario está la fuerza que es: el vigor físico, la potencia o
resistencia para soportar algo que pesa mucho y que tiempo al tiempo somos
capaces de soportar o de manejar según sea el caso.
Como
una triada perfecta, así se presenta la combinación del candor con la belleza y
la fuerza, que bien podemos enlistarlos en un orden inverso o cambiar de
posición cada concepto.
Lo
importante es que resulta claro que con el manejo de estos tres conceptos es
posible conseguir el valor de investigar nuestra verdadera personalidad.
Colocarnos
frente a un espejo que refleje la totalidad de nuestro cuerpo, podemos imaginar
que estamos viendo un gran bloque rocoso, un bloque sin forma, que ahora nos
proponemos esculpir para encontrar esa forma que ni dudar, ya se encuentra en
esa roca.
Requerimos
de la fuerza para comenzar el trabajo, primero la fuerza de voluntad para tomar
con nuestras manos un cincel y un martillo, y desbastar paulatinamente cada
centímetro de esa roca.
El
cincel es la herramienta que dará forma a ese desbaste, el martillo cuidará que
cada uno de los golpes tenga la fuerza necesaria, y la cadencia adecuada para
que la forma buscada se manifieste justo como la imaginación la creó.
Una
roca sin forma o con ella pero sin un orden especifico, resulta semejante a
nosotros cuando nos auto engañamos, es decir, cuando creemos que somos lo mejor
de la creación.
La roca
que nos permitirá encontrar la forma que suponemos, se encuentra escondida
dentro de ella y solo un buen escultor es capaz de descubrir, ni dudar que
estamos ante un bebe roca que todavía no sabe quien es.
De la
misma forma ocurre con el ser humano, cuando pequeño, no sabe a ciencia cierta
como es su forma y solo al paso del tiempo lo va descubriendo, esculpiendo su
propio yo.
El
conflicto se presenta cuando no hemos tenido la suerte de contar con un
escultor magistral que sea capaz de encontrar la mejor figura para cada uno de
nosotros.
Este es
el momento más doloroso, cuando nos damos cuenta que no hemos estado
esculpiendo nuestra personalidad, que hemos permitido que otros se encarguen de
ello de manera irresponsable.
Permitir
que un escultor experimentado encuentre nuestra personalidad es una falta
imperdonable que cometemos, vale la pena reflexionar porque lo hemos hecho,
nadie debe decirnos como esculpir nuestra roca, esa es una labor que a cada uno
de nosotros corresponde trabajar.
Le
invito entonces a que se convierta en su propio escultor, encuentre usted mismo
su personalidad, no contrate los servicios de nadie para descubrirse a sí
mismo, ahora entiende que solo con fuerza belleza y candor usted se encontrará.
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