miércoles, 4 de enero de 2012

Si hoy fuera el final


Tan solo imaginar si el final de mi vida fuera hoy, cuantas cosas trataría de hacer antes de dar el último suspiro, junto a la incertidumbre de saber como es el final, cual debería ser mi actitud ante el evento ineludible que ya está definido, solo que yo no lo conozco.
Pudiera ser que en ese mismo instante sufriría la mayor desesperación por todo lo que no he terminado, por todo lo que me he equivocado y ni como corregirlo en este instante.
Tal vez es momento de preguntarme: ¿Qué obligaciones tengo con el creador? ¿Que obligaciones tengo con mis semejantes? ¿Cómo sería mi testamento si en este preciso momento tuviera que despedirme?
Desde luego que nadie puede estar preparado llegado este momento, en primer lugar por razón natural desconocemos el momento final, en segundo lugar va a resultar muy complicado tratar de resolver en unos minutos lo que debimos hacer a lo largo de la vida.
Sin embargo, este es un buen momento de pensar que es lo que se debe hacer en un caso como este: ¿Qué espera de mí el creador? ¿Debo solicitar su perdón? Pero concretamente a que perdón me refiero, más bien puede ser un perdón o muchos, pero no hay tiempo de definir cual.
Mientras decido que perdón debo elegir, en este momento puedo preguntarme: ¿Qué obligaciones tengo hacia mis semejantes? Y de ser posible quisiera encontrar que es lo mejor que puedo hacer por mis semejantes, tener la oportunidad de ser mejor con ellos.
La otra pregunta se refiere a la manera de redactar mi testamento, no se en este momento si referirme a los bienes materiales o a otras cosas, ya que mis bienes materiales carecen de valor en este momento, finalmente ya no los necesitaré.
Se supone que debo partir sin nada, tal como llegué en el tiempo que nací y que mi equipaje de viaje solo es el paquete de experiencias acumuladas durante la estancia en esta vida, entonces: ¿cual debe ser el contenido de mi testamento?
El contenido va a ser nada menos que el paquete de experiencias vividas, buenas y malas que a lo largo de los años se enfrentaron con o sin inteligencia, pues precisamente eso es lo maravilloso de la vida, que no sabemos si estamos haciendo bien las cosas o no.
Las herramientas que determinan si las cosas las estamos haciendo bien, son las normas de conducta, que en familia se establecen y se respetan aún en contra de la voluntad, pero que al respetarlas garantiza una vida tranquila y productiva.
Entonces, es ahora, en los momentos últimos, cuando debemos enfrentar los errores y los aciertos, valorarlos y sacar de esas experiencias el mejor provecho, es como enfrentarse al jurado más frío que pueda existir, porque se trata del jurado interno al que no podemos engañar.
Es el momento ideal, todo indica que estamos a punto de renacer, como si la vida nos estuviera dando otra oportunidad, esta nueva oportunidad nos la entrega la masonería, limpia pura y sin mancha, y así la debemos conservar por el resto de la existencia que esté reservada a nosotros.
Enfrentemos entonces el trauma de un nuevo nacimiento, una nueva llegada al mundo, como si por arte de magia iniciara el año uno en esta nueva vida, caminando con la ayuda materna que cuidará cada momento a partir de este, hasta que las alas nos proporcionen la oportunidad de volar por iniciativa propia.
Comparativamente avanzaremos en edad, como avanzamos en el mundo real que sin darnos cuenta acumulamos años y por ende experiencia que vamos a heredar a nuestros hijos, y así, de manera cíclica a las nuevas generaciones, por el simple hecho de pensar que hoy es el fin.
Aprovechemos la oportunidad de una nueva vida.